El panda gigante o la ballena azul son los símbolos de una naturaleza cuya riqueza y variedad queremos preservar: la protección de las especies amenazadas es una de las formas más antiguas de protección de la naturaleza. Pero ahora sabemos que la diversidad biológica o biodiversidad no consiste solamente en la variedad de las especies, sino que concierne a la totalidad del mundo viviente, de los genes a la biosfera.
Esa biodiversidad no es algo estático. Puede definírsela como un sistema en transformación, situado en la dinámica de la evolución. Según los científicos, permite al mundo viviente adaptarse a entornos que cambian con el correr del tiempo, garantizando así la prosecución de los procesos evolutivos.
Un valor ético
Hoy se reconoce que la actividad humana forma parte de esa biodiversidad. Ahora bien, durante mucho tiempo se consideró a los hombres esencialmente como agentes perturbadores y exteriores a la naturaleza. Se procuró entonces proteger espacios naturales “vírgenes” o “salvajes”, poniéndolos al margen de toda actividad humana.
De hecho, el hombre hace pesar amenazas bien reales sobre la naturaleza. La contaminación, la utilización excesiva de las especies vivas, el exterminio de las “nocivas”, la fragmentación o la destrucción de los hábitats provocan la desaparición de especies y afectan negativamente a la biodiversidad. Pero cuando se concibe la biodiversidad con una perspectiva dinámica, se insiste en que los seres humanos son también capaces de mantenerla, como lo demuestran ciertos paisajes característicos de Normandía o de Bretaña en Francia. Incluso el bosque tropical es a menudo el resultado de una larga evolución conjunta entre las poblaciones indígenas y su medio natural.
Este doble poder —a la vez de destruir y de mantener la biodiversidad— pone de manifiesto cuán grande es nuestra responsabilidad. Somos una especie entre tantas, pero una especie que ejerce una presión de selección particularmente fuerte. Ya no hay en el planeta ningún espacio que escape a nuestras intervenciones. Por consiguiente, la idea de mantener la naturaleza en toda su integridad es ilusoria. En cambio, debemos medir las consecuencia de nuestros actos en la prosecución de los procesos evolutivos a fin de regularlos. El principio de una “gestión sostenible” de la biodiversidad se desprende de un imperativo: el de una colaboración entre el hombre y la naturaleza.
Pero regular en nombre de qué valor. Es posible considerar el valor instrumental del la biodiversidad: los bienes y servicios que proporciona, los conocimientos que los científicos obtienen de ella. Pero, además, como la belleza de la naturaleza nos atrae, hemos de considerar también los sentimientos estéticos o religiosos que suscita en nosotros.
Ello nos lleva a abordar su valor intrínseco o ético. La naturaleza tiene un valor en sí, independientemente de los servicios que puede brindar a la especie humana. Todo ser vivo, por el hecho de existir y desplegar estrategias complejas –no mecánicas– para conservar la vida y reproducirse, tiene un valor propio. Más allá, la diversidad biológica en sí, al ser el resultado de la evolución y la condición de su prosecución, tiene también un valor propio, que el Convenio sobre Diversidad Biológica (Río de Janeiro, 1992) reconoce en sus primeras líneas.
Un sistema que incluye al hombre
A menudo se ha opuesto el antropocentrismo del valor instrumental al ecocentrismo del valor intrínseco, como si hubiera que optar, como si el último hombre tuviera que perecer para que viviera el último lobo, o a la inversa. Pero, fuera de que esa hipótesis es totalmente artificial, los dos enfoques pueden coexistir desde el momento en que hay un entendimiento sobre una concepción dinámica e integradora de la biodiversidad como un sistema evolutivo que incluye al hombre.
El desarrollo de la ingeniería genética, que trata a los genes como una materia prima, ha introducido un punto de vista muy diferente sobre la biodiversidad: se la considera como un gigantesco receptáculo de recursos que conviene explotar sin demora. La biodiversidad genética ya no es sinónimo de una naturaleza que hay que manejar con prudencia; se convierte en una fuente de beneficios y de conflictos entre los que quieren apropiársela.
Un lugar para conectarse con lo mas profundo de tu ser en medio de la naturaleza
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